Las damajuanas con vino adulterado que mataron a 25 bonaerenses y la “ley seca” de Duhalde

Por Fernando Delaiti, de agencia DIB

En septiembre de 1993, decenas de personas sufrieron problemas de salud por consumir vino envenenado. Los casos se dieron en barrios populares del Gran Buenos Aires. Fue a pocos meses de otro caso que involucró a las marcas “Mansero” y “Soy Cuyano”.

Septiembre de 1993 empezó latiendo a ritmo futbolero. Es que la selección dirigida por Alfio “Coco” Basile había empatado con Paraguay 0 a 0 y debía ganarle en el Monumental a Colombia para clasificarse de forma directa al Mundial de Estados Unidos. Pero es historia conocida que eso no pasó. Fue el día 5, que la Argentina “se comió 5” y escribió una de las páginas más dolorosas del deporte nacional. Solo un empate de Perú ante Paraguay le permitió al equipo argentino jugar un repechaje y hasta permitirse el regreso de Diego Maradona.

Los días posteriores pasaron más por la polémica que se generó en el programa de TV “Tiempo Nuevo”, donde el periodista Bernardo Neustadt le dedicó un espacio a la tragedia futbolística. Allí, entre gritos, José Sanfilippo, Sergio Goycochea y Carlos Bilardo se llevaron la atención de todo un país. O casi todo. Porque mientras se discutía si “Goyco” se había comido o no “los amagues”, muchas personas morían y decenas eran internadas como consecuencia de la ingesta de vino envenenado. Al igual que lo que había pasado a principios de año, con “Mansero” y “Soy Cuyano”, un asesino silencioso hacía estragos y arruinaba la vida de varias familias en la provincia de Buenos Aires.

Todavía estaba fresco en la memoria lo que había sucedido en febrero, cuando el nombre de Mario Arnoldo Torraga se hizo tristemente famoso. El bodeguero de Caucete, en la provincia de San Juan, fue señalado como el principal responsable de la muerte de 29 personas que tomaron el vino de las damajuanas de esas dos marcas que él producía, comercializaba y había estirado con alcohol metílico en una proporción 200 veces superior a la permitida. Más allá de las víctimas fatales, un número nunca determinado de personas sufrió secuelas graves, como ceguera. El hombre que hizo el jingle “es oro blanco, es oro blanco, dorado vino, Resero blanco sanjuanino” fue condenado en 1996 a 15 años de prisión, aunque en realidad el 2 x 1 lo benefició.

La noticia del vino envenenado volvió a la primera plana de los diarios en septiembre, cuando la selección colombiana arribaba a Ezeiza para jugar aquel partido con los de Basile. Ocho muertos y una chica en coma irreversible eran las consecuencias de haber tomado en La Matanza vino en damajuanas en mal estado.

Temor generalizado

Los primeros casos se dieron en un barrio popular de González Catán, donde por esos años era muy común la venta de productos “sueltos”: galletitas, leche y vino. Hacia fin de mes, era moneda corriente que los comerciantes abrieran las damajuanas para vender un litro a un peso.

Frente a esto, las autoridades incautaron unas 2.500 damajuanas de vino de diversas marcas como Caravana, Pico de oro, Aspirante e Isla Maciel ante la sospecha que estaban adulteradas con alcohol metílico (o metanol), una sustancia que no altera el gusto y color pero que puede ser mortal. Y paralelamente, la guardia del hospital se llenó de gente ante la psicosis que generó la noticia. Todos, parecía, habían brindado por esos días.

¿Quién era el envenenador? Algunos apuntaban a los comerciantes, que buscaban ganar un peso más. Otras miradas iban hacia un distribuidor que compraba vinos en damajuanas de distintas marcas, los mezclaba en un recipiente y los “estiraba” mediante adulteraciones. También se habló de una “vendetta” entre los grupos dedicados a la falsificación de los vinos en el conurbano.

Con el paso de las horas, otras cuatro víctimas aparecieron en las localidades de Berisso y Ensenada, mientras subían los internados. Hacia el lunes 13 de septiembre, los muertos habían ascendido a 22 y el número se acercaba a la tragedia de febrero de “Mansero” y “Soy Cuyano”. Todos vivían en barrios humildes de La Matanza, Lomas de Zamora, Esteban Echeverria y en el denominado Gran La Plata.

Reacciones

De acuerdo a los archivos de la época, el entonces presidente Carlos Menem, sobre la intoxicación masiva no se anduvo con rodeos: “Le preguntaría a cualquiera que haría con estos facinerosos que irresponsable y criminalmente envenenan los alimentos y matan a 20 ó 30 personas. Yo me saco la investidura presidencial, los pongo en un paredón y los liquido”.

Más allá de los dichos y la indignación popular, como consecuencia de las 25 muertes (al menos hasta allí se contabilizó), el Gobierno bonaerense prohibió la venta en todo el territorio de vinos en damajuana de cualquier marca y origen hasta que lleguen las primeras partidas que tuvieran un cierre inviolable. Una especie de “ley seca” que se extendió por un par de semanas.

Los vinos envasados en damajuanas almacenados en depósitos minoristas que no eran revisados por inspectores del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), debían ser enviados a las bodegas de origen donde luego de comprobar sin eran aptos para el consumo serían fraccionados en botellas con tapas inviolables. Mientras tanto, unos 180 inspectores salieron a fiscalizar comercios para ver el estado de los envases de los vinos que se consumía.

El paso de los días fue calmando las aguas. Hubo detenciones, pero la psicosis ya no estaba a la vuelta de cualquier almacén del conurbano. Septiembre quedaba atrás y en octubre ya el temor pasaba por otro lado. ¿Argentina clasificaría al Mundial de Estados Unidos? La respuesta es conocida: de la mano de Maradona, la selección pasó el repechaje frente a Australia. Y la gente, feliz, volvió, por esos días, a descorchar. (DIB)