El cementerio abandonado de San Andrés de Giles, un lugar donde la eternidad quedó atrás

Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB

Fue inaugurado en 1874 para albergar las víctimas de la fiebre amarilla y el cólera. Menos de cincuenta años después quedó chico y se inauguró otro camposanto. El llamado Cementerio del Sud fue desapareciendo de a poco, y hoy atrae a viajeros, curiosos y fotógrafos.

Los cementerios son lugares increíbles, museos a cielo abierto de arte y escultura en los que se aprecia la evolución de las comunidades que los van “poblando”. Pero también puede ser que un cementerio nazca por un motivo puntual, un exceso de fallecimientos que obligue a su creación. Así pasó con el Cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires, y con el Cementerio del Sud, en San Andrés de Giles. El primero está en activo y es la necrópolis más grande de Argentina; el otro quedó abandonado con los años y es un sitio extraño y con aura mística, que cautiva a fotógrafos, cineastas, viajeros y curiosos.

Todo empezó, cómo no, con la fiebre amarilla. La fatídica enfermedad se diseminó por todas partes y afectó gravemente a San Andrés de Giles, junto con el cólera, allá por la década de 1870. En el partido vivían menos de cuatro mil personas, pero las epidemias dejaron insuficientes los otros dos cementerios ya existentes y se debió habilitar el Cementerio del Sud, o “cementerio viejo”, como lo llaman ahora los gilenses.

El camposanto fue diseñado por el arquitecto y constructor italiano Francisco Rovelli, que lo terminó el 9 de noviembre de 1873, aunque hubo que esperar unos meses para su habilitación, el 31 de marzo de 1874, Lunes Santo. Según cuenta Ceferino Gallo en la “Primera Guía de Cementerios de la República Argentina”, “abarcaba cien varas por lado, cercado de paredes de ladrillo de 1,80m de alto, con un cuarto de depósito de azotea de ocho varas de largo por cinco y medio de ancho, un osario, un pozo de balde con brocal de hierro y un portón”.

De la plaza central de San Andrés de Giles había que transitar unas treinta cuadras hacia el sudeste para llegar al cementerio.

De acuerdo con la historiadora local Graciela María León, las primeras sepulturas correspondieron a “un párvulo” y a una mujer de 34 años, Mercedes Cané de Butterfill, cuyo deceso se produjo a raíz de una neumonía. El Cementerio del Sud constituyó la última morada de los vecinos de Giles y también de poblados como Cucullú, Azcuénaga o Villa Espil. También de inmigrantes italianos, españoles, ingleses e irlandeses que llegaron a la región escapando del pico de fiebre amarilla de Buenos Aires, en 1871, que mató al 8% de los porteños.

En 1919 se llegó a los 18.000 cuerpos y su capacidad se saturó. Hubo que abrir otro cementerio, en el norte de San Andrés de Giles, que es el que continúa en funcionamiento. No obstante, continúa Ceferino Gallo, “los deudos continuaron visitándolo, acompañando y ayudando al cuidador municipal en el mantenimiento y conservación de los monumentos funerarios, en una encarnizada lucha contra el abandono”. Incluso, se cuenta que se continuaron realizando inhumaciones esporádicamente hasta fines de la década de 1950.

Un siglo después

Esa lucha llegó a su fin cien años después de la apertura del Cementerio del Sud, cuando el lugar se quedó sin cuidador. En 1980 una notificación municipal avisó a las personas que tenían familiares sepultados allí que debían hacer un traslado de los restos hacia el Cementerio Norte. Los restos fueron movidos y el sitio quedó finalmente abandonado.

Entre los cuerpos que debieron ser removidos, se encontraba el del capitán Justiniano Marcos Alvis, guerrero del Paraguay, que “recibió honores militares al ser transportado hasta el nuevo sepulcro concedido por la Municipalidad”.

Después de esto el deterioro y el vandalismo hicieron estragos: robaron puertas, rejas, apliques, lápidas y terminaron por romper las tapas de los nichos y robarse los ataúdes y restos humanos. La maleza también hizo lo suyo y se fue apoderando de las construcciones que encontraban a su paso.

La declaración como “lugar de relevante valor histórico”, impuesto por la ordenanza municipal 119/88, no contribuyó demasiado en su preservación.

La destrucción no fue solo irracional. En 2010, el predio fue desmalezado para la filmación de un video clip, para lo que se utilizó una topadora que empujó gran cantidad de sedimento hacia el sector este del cementerio, y provocó una importante alteración en la superficie del terreno. Y en 2016, el lugar fue utilizado como locación de la filmación de la película “Ataúd Blanco”. En ese momento se produjo el incendio intencional de una de las bóvedas, según demandaba el guión. También, los cineastas movieron una columna, cavaron pozos, y dejaron objetos abandonados en el lugar.

Uno de los mausoleos que quedó en pie. (DIB - Marcelo Metayer)
Uno de los mausoleos que quedó en pie. (DIB – Marcelo Metayer)

 

Revalorización patrimonial

A pesar de todo, hoy en día el lugar aparece desmalezado y limpio. Es destino casi obligado de fotógrafos y viajeros, que buscan retratar el misterio de uno de los cementerios más bellos de la provincia de Buenos Aires.

Además, en 2016 la Municipalidad de San Andrés de Giles convocó al Equipo de Investigación Arqueológica y Paleontológica de la cuenca superior del Río Luján para iniciar un proyecto de revalorización patrimonial y de investigación científica en el Cementerio Sud.

El grupo de expertos, formado por Leandro Luna, Claudia Aranda, Gabriel Acuña Suarez, Sonia L. Lanzelotti y Pablo Rodríguez, logró ubicar el sitio donde estaba la puerta principal, y descubrió dónde estaba emplazado el aljibe que, durante una prolongada sequía de 1940 fue el único oasis para saciar la sed de los pobladores del lugar.

También se recuperaron restos ornamentales de ataúdes, nichos y bóvedas, fragmentos de lápidas de mármol con inscripciones en español y en inglés, y cruces de metal con grabados irlandeses.

No es fácil llegar al Cementerio del Sud. Está ubicado detrás del Club de Planeadores Albatros, cerca de la ruta nacional Nº 7. A pesar de todo, vale la pena tomarse el trabajo de visitar las tumbas olvidadas, una melancólica belleza que trasciende el tiempo. (DIB)